Una mañana con la almohada
silenciosa entre mis brazos,
cogiendo quebrantos
en cada apretada.
Ella dice nada
solo absorbe malestares,
desbordados cantares
con la nota marcada.
¡Y le digo, y le cuento de mi angustia,
de una retórica que a otros cansa!
Pero solo me responde: -Ven y descansa,
entra a mi cielo, allí no sentirás molestia.
Duermo a mis anchas
igual a un niño afortunado,
en toda la aurora no he despertado,
cerrando de aquel suceso la brecha.
Por eso cada mañana atribulada
cuando la tristeza despiadada reaparece,
agarro entre mis brazos la almohada,
y duermo en su cielo en donde nada entristece.
Julio Medina
20 de agosto del 2014
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