Contagiado con el quejido constante
de ese llanto silencioso,
flébil discurre en el aire y luego muere.
Esa ansiada luz parpadeante palidece,
es un espanto
ausentándose de mis ojos,
con su agudo filo hiere.
Carecen débiles pasos del dulce mirar,
y la energía fría duerme
hasta el cansancio,
antojos
de nebulosa oscuridad,
a paso firme no me dejan caminar
en el brillo del desvelo
que se pierde en los despojos.
Agobiante pena
de un mar de angustia prolongada,
ahogado en la superficie,
desesperado le gritaba a la oleada,
y cegado al desfío
sigo extraviado en la noche sin madrugada,
es un decenso sin final al abismo,
en una tajante bajada.
Mis manos adoloridas
palpan eclipsadas los cimientos
de luceros fuliginosos,
nunca sus rayos iluminaron,
y voy dando pasos al azar
con bastante impedimento.
Al repartir claridad
de mis astros se olvidaron.
Las rocas han absorbido
el caminar pesaroso,
y en la oscuridad de la noche
surge el perfil de un rumor
-el de tu amor disfrazado-,
buscando evadir el acoso,
y salvar al corazón
de las heridas y del dolor.
Pero sin haber nacido
mi alma te había encontrado,
y en las sombras de la luz
el olor de tu piel destilo.
Aunque el rostro no te he visto
a tu querer me he aferrado,
entre penumbras de olvido
dentro del amor me asilo.
Julio Medina
6 de septiembre del 2011
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