Fantaseaba
ilusionado con la idea de alcanzar
a sumergirme en el lago de aguas mansas,
placenteras.
Una exquisitez incomparable
me ofrecían tus brazos;
esa realidad se había
convertido
en un acierto inevitable.
¡Y ese día
tan esperado, tan deseado, llegaba!
Y cuando la ansiedad
todo mi ser dominaba,
encontrada la salida
a mi trágico caminar por la vida;
el destello de la bujía que
guiaría mi destino
hasta el final de la existencia…
se apagaba.
Veía
extinguirse
a la que creí para siempre.
¿Para siempre?
Jajaja.
¡Sí nada en la existencia dura así!
-Sonrisa amarga queda marcada en mí-.
Como las algas del mar envenenaste mi alma
desde el mismo primer encuentro,
y en el segundo, y en el tercero…
Y ha continuado
día tras día sin detenerse.
El agrio sabor del fracaso
que gotea en los poros prohibidos
trae desilusión.
¡Qué fácil termina el amor!
¿Pero ahora, cómo de
ti lo recupero?
¡Yo lo tenía guardado para entregárselo
a la mujer que lo mereciera!
Terrible error de mi parte haber pensado
que eras tú.
Julio Medina
12 de noviembre del 2015
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