Y después
el infortunio contamina el aire,
lo respiro cada instante,
su aroma se pega a mi piel,
y el color etéreo de su dolor
cae de las lágrimas del alma
perforándome las manos;
espinas salen
metiéndose en la carne.
¡Y hierven, y arden, y son ácidos
carcomiéndome la vida!...
¡Ya no grito,
ya no duelen las hincadas,
solo siento agrado!
Placer llenando
el vacío disperso de mi morada
ensombrecida, nefasta,
pero al final satisfecha de silencio
frío, perturbador
recorriendo las arterias de mi interior,
y después quedo dormido
entre los brazos de la soledad.
Si existe alegría, yo no lo sé.
¿A qué le llamamos así?
¿Vendrá alguna vez, o se fue
y más nunca volvió?...
Yo solo conozco soledad;
sé hablar conmigo mismo,
contándome historias
de grillos y de escarabajos
ahogándose dentro del fango.
Y repito esos cuentos
una, dos... ¡Ya ni puedo recordar
cuánto los pude contar!
Y después, y después te diré:
-Pues no lo sé.
Julio Medina
4 de marzo del 2014
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