Por la orilla del mar
bajo un cielo despejado
caminaba sin parar
viendo el paisaje fascinado.
Me detuve a mirar
al universo prendido,
dos lunas pude observar
y un lucero descendido.
Un hilo de luna suelta
sostenida en los destellos,
mientras la otra resuelta
se peinaba los cabellos.
Con tantas luces fugaces
a mis ojos atropello,
pero en las noches solaces
no hay panorama más bello.
Entre tanta fantasía
que la imaginación satisface,
estaba la luna mía
vestida de coral y de oleaje.
Detuve la travesía
y el pensamiento distraje,
observando la belleza
de un lucero entre el follaje.
Cubierto por la maleza
pude apreciar la finura
y sutil delicadeza
cuando la sirena apresura
su salida de la estela,
de esa espuma que perdura.
Ella sale con cautela
para que nadie la siga,
llevando una pieza en tela
hasta la hilada de espigas;
al retumbar los tambores
con la túnica se abriga
fundiéndose en los albores.
El horizonte vigila
la irradiación de colores
del crepúsculo que asila
en la puesta hasta formar
una hermosa trilogía
de luna, cielo y el mar.
Julio Medina
30 de enero del 2013
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