Un día apareció en la tarde a despedirse,
llegó cuando la luz del sol se terminaba
y en los árboles las hojas comenzaban a dormirse,
triste aquel atardecer cuando el amor culminaba.
Esa tarde se me acercaba para decirme...
Ni siquiera le parpadeaba la mirada,
sus ojos resplandecientes, los míos humedecidos.
Un fluido de nostalgias de las pupilas saltaba.
Mis sentidos temblorosos despedían al adiós indefinido.
Le dejé ir...
Cada uno de sus pasos me quebraba el corazón.
¡Duele la sangre en el alma más que la derramada!
Furtivas lágrimas quedadas absorben la desazón
y laceran en la angustia como una puñalada.
No supliqué, no le pedí que se quedara,
y se fue...
Y que partiera en el cenizo de aquella tarde enramada,
ya que el destino decidido había llegado a condenarme.
En silencio todavía escucho el eco de su voz acalorada.
Esas palabras hirientes del crepúsculo envenenado
dejaba el ser adorado en mi mente perturbada,
lloraba el amor ofuscado ¡no de rabia ni por lo pasado!
Lloriqueaba al enterarse, al sentirse con el alma abandonada.
Julio Medina
13 de febrero del 2012
No hay comentarios.:
Publicar un comentario